Proposiciones/Visiones Pospandémicas No. 4
Texto e imágenes: Jhoan Sebastian Fonseca Otálora
Arquitecto y artista
¿Vivir de nuevo una pandemia?, pareciera que la aceleración precipitada de la tecnología ha distanciado la humanidad de las historias medievales, como si el pasado no tuviera la capacidad de actualizarse. Qué ingenuidad creer, desde esta pandemia actual, en la obsolescencia de la historia, presumiendo del progreso y la tecnología, como si fueran una única parte diferenciadora entre los animales y personas.
Sin embargo, esta distancia lejana que hemos formado por la tecnología y el progreso se ha reducido a poco tiempo ante nuestro miedo a la extinción. Miedo que era ajeno hasta hacerse real con cada uno de los decesos de aquel campo de batalla en que se ha convertido la nueva normalidad. El desinterés y la absoluta felicidad parecen defender la vida, como si la muerte solo se redujera a una carencia de conciencia sobre nuestro entorno y no sobre nosotros, como si fuéramos cosas divisibles entre cuerpo y espíritu, entre el humano y el mundo y no seres completos. También podemos morir de nihilismo y ataraxia.
Siento que ¡sí!, nos hemos estrellado contra el firmamento de lo que presume nuestro desarrollo y progreso, somos reducidos por un virus, algo tan pequeño que no podemos ver pero que el temor por su rápida reproducción nos lo hace ver en todas partes. Hacemos tanta introspección ahora, habiendo llevado tanto tiempo reflexionando sobre las enseñanzas del cristianismo, discutiendo a favor o en contra de él, sobre lo que es verdad o mentira, sobre que es bueno o es malo, sin tener realmente hechos introspectivos como seres humanos occidentales, completos e indivisibles en nuestra realidad.
Hace unos meses, tan pronto se derramó el virus en nuestras cabezas, el editor Pablo Amadeo, en una compilación de escritos de filósofos contemporáneos denominada: Sopa de Wuhan, incluyó un texto de Paul Preciado, “Aprendiendo del virus”, en el que se cuestiona el papel de la sexualidad y el biocontrol:
Hoy estamos pasando de una sociedad escrita a una sociedad ciberoral, de una sociedad orgánica a una sociedad digital, de una economía industrial a una economía inmaterial, de una forma de control disciplinario y arquitectónico, a formas de control microprostéticas y mediático-cibernéticas. En otros textos he denominado fármacopornográfica al tipo de gestión y producción del cuerpo y de la subjetividad sexual dentro de esta nueva configuración política. El cuerpo y la subjetividad contemporáneos ya no son regulados únicamente a través de su paso por las instituciones disciplinarias (escuela, fábrica, caserna, hospital, etcétera) sino y sobre todo a través de un conjunto de tecnologías biomoleculares, microprostéticas, digitales y de transmisión y de información. En el ámbito de la sexualidad, la modificación farmacológica de la conciencia y del comportamiento, la mundialización de la píldora anticonceptiva para todas las “mujeres”, así como la producción de la triterapias, de las terapias preventivas del sida o el viagra son algunos de los índices de la gestión biotecnológica. La extensión planetaria de Internet, la generalización del uso de tecnologías informáticas móviles, el uso de la inteligencia artificial y de algoritmos en el análisis de big data, el intercambio de información a gran velocidad y el desarrollo de dispositivos globales de vigilancia informática a través de satélite son índices de esta nueva gestión semiotio-técnica digital. Si las he denominado pornográficas es, en primer lugar, porque estas técnicas de biovigilancia se introducen dentro del cuerpo, atraviesan la piel, nos penetran; y, en segundo lugar, porque los dispositivos de biocontrol ya no funcionan a través de la represión de la sexualidad (masturbatoria o no), sino a través de la incitación al consumo y a la producción constante de un placer regulado y cuantificable. Cuanto más consumimos y más sanos estamos mejor somos controlados [1] (Preciado, 2020, pp. 171-172).
Aquella afirmación filosófica del biocontrol que se expresa por medio de las dinámicas sexuales y las tecnologías virtuales, nos lleva a un cambio de los paradigmas de consumo y al sometimiento de las necesidades que conciernen también a la ciudad y la arquitectura. En lo que me respecta como arquitecto joven, no se trata de abrirle espacio a la pandemia por medio de la construcción de módulos de desinfección y mecanismos de biocontrol sino de darnos cuenta sobre la transformación de nuestras ideas y pasiones en datos informáticos, sin reflexionar sobre la vida en sí. Otra vez como en el problema de no pensar introspectivamente, de lo indivisible de nuestro cuerpo y espíritu, del humano y el mundo y por ende del cuidado de repetir la historia.
Entender la vida como la eyaculación de distintas formas diversas de la humanidad: no solo la de la mente racional, sino de sus necesidades físicas, de la necesidad de moverse en la búsqueda de nuestras pasiones que nos instan a un cambio cualitativo e introspectivo incontrolable como enuncia Henri Bergson en Materia y memoria [2]. Lo anterior siempre ha estado marcado por la arquitectura, sin ser exclusivo del arquitecto porque es una necesidad del vivir.
Hasta ahora me he manifestado en contra de la virtualidad como si nos alejara introspectivamente. Es necesario hacer un STOP para dar cuenta de que lo digital de la virtualidad no se opone a la realidad, donde la idea de progreso y desarrollo también corresponde a una potencialización de aquellos aspectos que escapan precisamente a lo real, como lo es un virus, y que, en este sentido, la virtualidad también puede acercarnos al entorno, aquello que está contiguo a nosotros, a nuestra manera de movernos, para potencializar los modos de ser y existir en una realidad propia, siendo más introspectivos y dando cuenta de nuestras diferencias. Citando a Pierre Lévy:
Convertir una coacción rotundamente actual (en este caso, la de la hora y la de la geografía) en una variable contingente, señala la aparición imaginativa de una «solución» efectiva de una problemática y, por lo tanto, de la virtualización en el sentido estricto que hemos definido más arriba. En consecuencia, era previsible encontrar la desterritorialización, la salida del «ahí», del «ahora» y del «aquello» como uno de los caminos regios de la virtualización [3] (Lévy, 1999, p. 15).
En este trayecto de la otredad y las diferencias como contemporáneo, recientemente en un proyecto fotográfico e instalativo –en el que discutí sobre la veladura de lo digital y lo análogo, la tensión pasional que nos lleva a movernos y cambiar cualitativamente–, me pregunto ¿cómo solo desde pasiones virtuales, como el erotismo en lo digital, puedo acceder a una experiencia real en la que se hace necesaria la existencia del espacio?, o ¿cómo el espacio da cuenta de la experiencia real fraccionada por lo digital?, ¿cómo la sublimación como transformación del instinto es una herramienta del espacio?, ¿cómo concebir una experiencia digital como algo análogo?, ¿cómo hacer de la vida irreal algo real?, ¿cómo volver al espacio? Siempre será necesario preguntarse y aprender, porque las respuestas absolutas nos distancian de esa unidad de la cual somos parte. No es hacer construcciones perfectas que están muertas por prescindir de aspectos cotidianos, es reflexionar, jugar, equivocarse, cuestionar lo que es la vida, la pasión que nos mueve a cambiar, porque la pandemia no es el virus actual, es el distanciamiento de nosotros mismos lo que nos enferma cada vez más.
Referencias
[1] Preciado, Paul (marzo, 2020). “Aprendiendo del virus” (pp. 163-185). En: Amadeo, Pablo (ed.). Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporáneo en tiempo de pandemia (1ª ed.). Editorial ASPO (Aislamiento Social Preventivo Obligatorio).
[2] Bergson, Henri (2006). Materia y memoria. Ensayo de la relación del cuerpo con el espíritu. Buenos Aires: Cactus.
[3] Lévy, Pierre (1999). “Salir de ahí: la virtualización como éxodo”. En: Lévy, P. ¿Qué es lo virtual? Barcelona: Paidós Ibérica.