Proposiciones/Visiones Pospandémicas No. 2

 

Jorge V. Ramírez Nieto

Arquitecto

Ya antes ocurrieron sucesos locales que anunciaron el reencuentro afectivo de algunos ciudadanos con una porción poco utilizada de la vivienda, un retazo abierto al cielo, al paisaje y al aire urbano: el balcón. Al final de 2019, la intensidad de las protestas sociales y la reacción de represión del gobierno en turno obligó a los ciudadanos a abandonar las calles para resguardarse, encerrados, en sus lugares de habitación. Al iniciar la noche del 23 de noviembre sucedió un acontecimiento particular, inesperado: se abrieron ventanas, se ocuparon terrazas y balcones, se escuchó el golpeteo monótono, metálico, rítmico, ruidoso de un concierto urbano de cacerolas vacías. Una forma de protesta social sonora que se ejerció desde la privacidad imprecisa que brindan terrazas y balcones. Fue esa la constatación de la posibilidad de expresarse políticamente desde un lugar del interior de la casa. Ese evento se repitió irregularmente durante las siguientes semanas. Ahora, poco tiempo después de iniciado 2020, los balcones y terrazas han sido nuevamente protagonistas activos; ocupados para palear la sensación opresiva de ahogo causado por el encierro prolongado que nos ha impuesto la pandemia del Coronavirus. Hablar de ventanas y terrazas implica precisiones amplias en torno a esos elementos de la arquitectura. Esos temas los desarrollaremos en otros escritos. En este corto texto nos dedicaremos a describir sucintamente las cualidades y atributos de los balcones que se asoman sobre algunas calles bogotanas.

En el transcurso de la pandemia se han recuperado los balcones: ese espacio borde –interno y externo a la vez– que separa la privacidad del lugar de habitación de la atmósfera abierta y amplia que envuelve y relaciona los ámbitos comunes de la ciudad. Es un ensanchamiento en el espesor de las fachadas que da cabida a la instalación de algunas plataformas que permiten prolongar, física y perceptualmente, el interior de las habitaciones avanzando sobre el espacio colectivo. Los residentes en cuarentena hemos salido de nuevo al balcón: para aplaudir a los médicos, enfermeras y personal de la salud; para contemplar el inusual y desconsolador vacío de actividad en nuestras calles; para ver y escuchar el perifoneo de las autoridades anunciando la importancia de permanecer en casa; para hacer una pausa emocional al encierro y respirar aire libre durante algunos minutos del día, o, en la oscuridad de la noche, bajo un cielo donde el aire ha recuperado temporalmente su transparencia, para contemplar sobrecogidos la serenidad silenciosa que transmiten las estrellas. Ingresar a un balcón es salir de casa sin tener que abandonarla.

Foto: JRN

El balcón, ese lugar arquitectónico ubicado en altura, sirve como umbral y atalaya entre el interior de las habitaciones de las edificaciones y el vacío continuo de las calles de la ciudad. En términos estrictos solo es una adición, un apéndice arquitectónico, una prolongación horizontal, relativamente descubierta, de la secuencia de los pisos apilados que se ven en las fachadas externas de algunas edificaciones de vivienda. Los hay soportados en estructuras sobrias, equilibradas; otros parecen apoyados en el aire desafiando la gravedad; también hay algunos como filigranas a manera de jaulas leves que cuelgan de las fachadas. Es, en particular, un lugar que posibilita disfrutar del sol, la lluvia y el viento, en adyacencia al mundo privado interior. Es sitio de visitas frecuentes de aves e insectos. Desde allí se pueden observar las bondades o atropellos al paisaje urbano próximo; si la orientación, la pendiente, las distancias y retrocesos entre bloques lo permiten, se puede llegar a ver el panorama extenso del paisaje geográfico del territorio. Como elemento espacial arquitectónico el balcón tiene potencialidad de usos diversos: es el sector de la vivienda donde conviven plantas, mesas, sillones, asaderos, parasoles, en algunos casos da para guindar una hamaca. Su connotación tiene siempre algo de festivo. Los balcones permiten a los usuarios usos diurnos y nocturnos; permanentes y temporales, que dependen del clima atmosférico, de la trayectoria de las corrientes de los vientos; de la transparencia o la conformación densa de sus elementos límites. Para salir del interior al exterior se atraviesa, generalmente, un conjunto de puertas-ventanas, que se abren hacia el exterior o se desplazan lateralmente sobre rieles metálicos. El nivel del piso desciende levemente para evitar el ingreso de la humedad de la lluvia. Algunas veces hay un quicio que enfatiza la diferencia ambiental entre permanecer adentro o estar afuera. Los pisos interiores, generalmente lisos y lustrosos, contrastan con la textura y rugosidad de los externos. Afuera, en la mayoría de los casos, hay grifos de agua, tomas de corriente, iluminación eléctrica autónoma. El aroma del aire de balcón es una mezcla del olor a la humedad de las plantas, la fragancia de las flores y las emanaciones propias de las calles del vecindario. Del balcón brotan sonidos de campanillas, sonajeros musicales de metal, caña o barro, que apaciguan el ruido de automóviles, aviones, charlas de caminantes y coros de promoción de muchos tipos de comidas y servicios. Es un lugar simplemente diferente al conjunto de ambientes convencionales que alberga la privacidad de la casa.

Foto: JRN

Los balcones están construidos y recubiertos de materiales resistentes al rigor de la intemperie. Sus dimensiones varían de acuerdo a la disponibilidad proporcional de las áreas de la vivienda. Casi siempre es un lugar rectangular, oblongo, donde se ingresa por uno de los costados alargado que lo articula con el ámbito interior. En algunos casos transcurre raudo a lo largo de la fachada, marcando franjas rehundidas y continuas; marcando sombras alargadas y cambiantes; en las noches se enfatiza el ritmo de lámparas y faroles que con sus intensidades e intervalos producen la sensación de movimiento. En algunos casos los balcones son socavaciones sobre la masa del volumen, retrocesos que se hunden sobre el plano externo de fachada de la edificación. Desde el interior, el límite hacia el vacío, lo protege un antepecho, que puede ser de material compacto, tramas de celosías, o un plano cerrado y continuo con diferentes clases de incisiones o transparencias. También los hay abiertos y protegidos con delgadas piezas de fundición o metal ornamentado, con filigranas que, desde el interior, tamizan la visión baja del paisaje urbano cercano. La parte alta del antepecho se complementa, en algunos casos, con un apoya manos elaborado con placas o tubos metálicos. Casi siempre se apoyan allí, en equilibrio siempre inestable, materas largas con plantas bajas de las que cuelgan en gajos hiedras, lianas y algunas enredaderas.

Foto: JRN
Foto: JRN
Foto: JRN

La arquitectura de viviendas con balcones en Bogotá ha pasado por diversas etapas. Los balcones aparecen cuando se inicia la construcción en altura. Durante las primeras décadas del siglo XIX las “casas altas”, heredadas del periodo colonial, construidas sobre las calles principales por las que transcurrían procesiones o marchas, poseían balconadas. Originalmente era un elemento adosado a la casa, con regímenes diferenciados de propiedad y uso. En las condiciones ambientales de la época, de lluvia y viento frío, en algunos casos se cerraron los balcones con lienzos de marquetería y piezas de vidrio coloreado, integrándolos al ambiente interior. A esa modificación de los balcones se les denominó “gabinetes”. Al final del siglo XIX, las nuevas construcciones consideraron, en contadas circunstancias, la utilización de los balcones. El nuevo siglo, impulsó la recuperación de ornamentos y detalles propios de los estilos tradicionales. Los trabajos con perfiles metálicos posibilitaron la adición de balcones ornamentados. Las corrientes de la arquitectura modernista introdujeron la experimentación compositiva con balcones integrados a las líneas y planos de fachada. Un ejemplo característico, de 1939, se mantiene aún en el edificio Vengoechea, en la esquina nororiental vecina a la Biblioteca Luis Ángel Arango. En ese caso la composición dinámica de la fachada, según la práctica académica de la modenatura, se integran los balcones como elementos determinantes de la composición plástica. A mediados del siglo XX, con las exploraciones funcionales, disminuyó la cantidad de edificaciones que incluían balcones. Tanto el exterior como el interior de la arquitectura se determinaron a partir de condiciones espaciales funcionales. Las búsquedas de la arquitectura moderna local, con el ladrillo y el concreto como materiales, produjo fachadas donde los balcones cumplieron papel determinante. El elemento balcón, integrado a los planos de fachada entretejieron texturas, generaron contrastes visuales, marcaron nuevas propuestas expresivas. Se podría afirmar que, así como la morfología de las columnas en la arquitectura tradicional académica determinaron filiaciones estilísticas, las balconadas, integradas en las propuestas modernas locales, definieron opciones de composición plásticas con atributos característicos: la arquitectura para la vivienda de Martínez, Robledo, Bermúdez, Triana, Salmona, se reconocen en el manejo compositivo de sus balcones. Las décadas finales del siglo XX, luego de los años ochenta, recuperaron prácticas compositivas tradicionales de la academia: simetría, ritmos, ornamentos. Los balcones reaparecieron cubriendo extensas fachadas. Con los cambios de paradigmas que aportó la posmodernidad, los balcones, como elementes de composición, reaparecieron en gramáticas articuladas al equilibrio del conjunto geométrico. Fueron los balcones piezas ornamentales ensambladas, aplicadas sobre el cuerpo externo de las edificaciones, contrastando colores y texturas, produciendo sombras rítmicas, dando profundidad a la delgada complexión de las ventanas.

Casa diseñada por Pablo De La Cruz. Foto: JRN
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Edificio diseñado por Manuel de Vengoechea. Foto: JRN
Edificio diseñado por Manuel de Vengoechea. Foto: JRN
Torres del Parque, obra de Rogelio Salmona. Foto: JRN
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Ahora, con los particulares fenómenos del siglo XXI –cambios climáticos, contaminación creciente, migraciones generalizadas, sistematización digital de la cotidianidad– estamos asistido a transformaciones importantes en la manera de entender, aprender a edificar y habitar la arquitectura. Bogotá, como todo en el mundo, es ahora algo más caliente. Al reflexionar sobre la calidad de la vivienda hoy, enfatizamos el valor ambiental de los espacios destinados a las actividades cotidianas. Una de las recuperaciones destacables ha sido el disfrute de los balcones; tiene ventajas anímicas, afectivas, tienen relación con la posibilidad de permanecer en ese preludio espacial donde se hace posible, estando en casa, respirar aire de ciudad.

Foto: JRN

La lección aprendida para la arquitectura actual, luego de disfrutar durante la larga cuarentena los balcones, nos dice que debemos preocuparnos de las cualidades y atributos de esos espacios ambiguos y afectivos. Bogotá necesita más y mejores balcones. Allí se encuentra la posibilidad de recibir sol directo, de acompañar la lectura bajo el parasol con una copa de vino, o de disfrutar el atardecer en silencio; asistiendo al espectáculo maravilloso de las puestas de sol en la sabana: un concierto de luz dorada, violeta, rojizas, que transforma en instantes la modorra causada por el encerramiento, en la promesa de recuperar nuevamente la emoción de habitar la ciudad. Para próximas cuarentenas los balcones estarán allí, como cámaras mágicas, trasmutando nuestras vivencias convencionales en deseos emotivos de pronta libertad.

Foto: C. Burgos