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Nota de PROA: Reflexiones de Santiago Bayer Rodríguez suscitadas por el contenido de su tesis teórica, La Lengua Salvada. Introducción al aprendizaje de la arquitectura, sustentada en 2020 en la Facultad de Arquitectura y Diseño para obtener el título de arquitecto de la Pontificia Universidad Javeriana, y en la que obtuvo la máxima calificación. Además, en abril de 2021 la Facultad le otorgó lo que denominó “Placa, Mención de Honor”, reconocimiento a los graduandos destacados en Arquitectura y Diseño Industrial, 2020.

 

Reflexiones a partir de la tesis
La Lengua Salvada. Introducción al aprendizaje de la arquitectura

 
Por Santiago Bayer Rodríguez

 

Octavio Paz en su libro sobre poesía, El arco y la lira, dice:

… lo que el hombre roza, se tiñe de intencionalidad: es un ir hacia… El mundo del hombre es el mundo del sentido. Tolera la ambigüedad, la contradicción, la locura o el embrollo, no la carencia de sentido. El silencio mismo está poblado de signos. Así, la disposición de los edificios y sus proporciones obedecen a una cierta intención. No carecen de sentido —más bien puede decirse lo contrario— el impulso vertical del gótico, el equilibrio tenso del templo griego, la redondez de la estupa budista o la vegetación erótica que cubre los muros de los santuarios de Orissa. Todo es lenguaje (Paz, 1967).

 

El actuar del hombre, por más inconsciente que sea, es un querer expresar algo, a alguien determinado, alguien que también es uno mismo: el niño cuando llora necesita algo de la madre; cuando el hombre camina es para llegar a algún sitio; cuando se formula una ecuación es para demostrar un proceso; cuando se construye una casa es para que pueda ser habitada. En fin, como diría Octavio Paz, todo es lenguaje, pues todo lo que hace el hombre tiene un sentido dentro de una comunidad. Sin comunidad no se podría hablar de lenguaje, pues la razón última de este es poder comunicarse y sin otro que use las mismas convenciones, no se podría entender aquello que se dice. Así podemos definir, según la Gran Enciclopedia Espasa (2005), que “El lenguaje se compone de una lengua hablada, es decir, una serie de convenciones adoptadas por el cuerpo social para que sus individuos se comuniquen entre ellos”.

Que todo acto humano sea un expresar algo determinado no significa que lo expresado sea del todo claro, pues el emisor no domina del todo lo que quiere expresar o el receptor no percibe claramente aquello que recibe. Se hace evidente, entonces, parafraseando a Heidegger, que el hombre no es dueño y señor del lenguaje y por lo tanto es su constante búsqueda vital el encontrar la mejor manera de expresarse, es decir, de controlar el lenguaje de la mejor manera.

Esta idea anterior, controlar algo de una manera correcta y adecuada para lograr un fin preciso, le incumbe totalmente al ámbito de la técnica. Pues la técnica, siguiendo el pensamiento de Ortega y Gasset, es el proceso con el cual podemos lograr un deseo. Deseo de ser lo que queremos ser. Deseo de expresarnos con total claridad. Cuando no se maneja la técnica adecuadamente no logramos llegar a esa meta individual y, por lo tanto, el lenguaje se vuelve un límite tanto para mí como para los otros y pierde toda riqueza y capacidad.

En el trabajo de grado que presenté en junio del año de la peste, quería sustentar que la arquitectura es la técnica de la construcción, técnica que permite dotar de significado al mundo construido [1]. Y como lo construido emite significado, siguiendo la idea del ensayista y poeta mexicano, la arquitectura es necesariamente un lenguaje. Es decir que si la arquitectura es lenguaje, entonces hay maneras de manejarla adecuadamente para expresar acertadamente lo que se quiere mostrar.

Todo el trabajo de grado se fundamenta en La meditación de la técnica, de José Ortega y Gasset, fruto de un curso en Valladolid, 18 años antes que Heidegger dictara su famosa conferencia Construir, habitar, pensar [2]. Allí, definió la técnica como la posibilidad de realizar la existencia. Posibilidad que se da por medio de un proceso de transformación de lo ya dado: eso que llamamos naturaleza, circunstancia o mundo.

La técnica es, pues, querer llegar a algo. Expresar una necesidad a través de un acto. Aquello que se quiere expresar con la arquitectura, su sentido último, es realizar el “programa vital del hombre” (Ortega y Gasset, 1961), el cual es lograr el bienestar en el mundo. Bienestar y no solo el mero estar, pues estar tiene un sentido de necesidad básica que no se cumple en la mayoría de los casos, ya que el hombre es el ser que puede renunciar a sus necesidades básicas para satisfacer sus deseos o caprichos. ¿Cuánta gente prefiere tener el último televisor y el último celular en vez de tener luz, agua y una casa decente? ¿Cuantas órdenes religiosas y doctrinas buscan vivir en los lugares y medios más míseros para realizarse espiritualmente?

Así, la arquitectura es el producto de la técnica de la construcción. La cual, al igual que cualquier técnica, es la modificación de algo para lograr un objetivo, en este caso, la modificación del mundo para poder estar en él. Cuando el arquitecto construye algo está diciendo que ese algo es un objeto que ofrece el bienestar a un ser o un grupo social específico. Así la arquitectura es lenguaje hecho materia.

Por lo tanto, entre mejor maneje la técnica de la construcción un arquitecto, mejor podrá expresar este lo que quiere expresar. ¿Pero cómo podría manejar una técnica precisa este ser que está lejos siquiera de ser un simple alarife? Quisieran las universidades y los arquitectos consagrados responder esta pregunta, pero es imposible responder tan compleja cuestión cuando no se quiere entender el principio básico, original, de lo que es el habitar el mundo. Habría que preguntarse en primer lugar, qué es aquello que llamamos arquitectura, y a medida que adquirimos conocimientos claves, seguir haciendo la misma pregunta.

Pero el no entender que la arquitectura es como mínimo un lenguaje, lenguaje que permite habitar correctamente un mundo, conlleva al olvido de que todo lenguaje se forma de una gramática y una semántica. Y esto lleva a que la semántica, el sentido, sin una gramática definida y clara, no pueda ser transmitida coherentemente. Así mismo lo gramatical, su forma, no se logra dar si el sentido no es evidente. Uno y otro son caras de una misma moneda, y una moneda sin una cara, es una no moneda. Los profesores, por lo general, creen tener esta moneda, pero lo único que llevan en sus bolsillos es la pretensión de cargar con riquezas, faltándoles siempre una de las caras y lo que le muestran al estudiante es meramente la ilusión de tal moneda, la ilusión de una riqueza.

Partiendo de los componentes gramaticales se puede afirmar que el campo de la construcción da cuenta del mundo material y la geometría da las bases de toda organización espacial. Geometría y construcción se complementan para lograr armar un elemento dotado de sentido [3]. Mas, sin embargo, para poder entender cómo geometría, construcción y teoría tienen sentido dentro de la arquitectura, hay que recurrir inevitablemente al mundo construido, a la realidad, a los hechos arquitectónicos, al lugar donde reside unitariamente el lenguaje que es la arquitectura. Solamente con las ciencias históricas, se puede estudiar lo que existe, pues lo que existe tuvo origen en un tiempo determinado que configura indeterminadamente un presente continuo [4].

De acuerdo con lo anterior, la semántica dentro del lenguaje arquitectónico se estudia a partir de la teoría; su gramática, a partir de la geometría y la construcción; y su totalidad, mediante la historia. Cuando se entiende esto, tanto el profesor como el estudiante podrán verificar si lo que se quiere decir tiene claridad y sentido a partir del lenguaje que manejan.

Pero lo anterior no se da, ya que en las universidades se dictan durante los primeros años de carrera la teoría, la historia, la geometría y la construcción como base fundamental; algunas le añaden otras materias, como estética o urbanismo, las cuales son subtemas o temas posteriores con lo cual confunden a los pobres estudiantes cada vez más. Pero después de que se dictan estas cuatro materias resulta que, como por arte de magia, se dejan de ver en los pasillos de las facultades, desaparecen, como todo lo que tiene valor en este país: en los salones no hay rastro de un concepto más o menos universal, el profesor no carga ni con una escuadra, el estudiante es un ser ahistórico y sus materiales carecen de toda noción estructural.

Esperamos pues que el estudiante se apropie de la teoría, para entender que la arquitectura es un lenguaje el cual no podría prescindir de un sentido y una estructura. Su sentido, lo semántico de la arquitectura, es poder construir un lugar al hombre en el mundo. Su estructura, o forma gramatical, aclara el cómo está armado ese lenguaje arquitectónico, la manera en que se materializa tal sentido. Posteriormente el estudiante, el alumno, debe interiorizar que lo gramatical está compuesto de un lado morfológico y un lado sintáctico. Lo morfológico es lo material, que equivale a las palabras en el ámbito del lenguaje; y lo sintáctico es la forma de unión de lo material para lograr un elemento, que en el lenguaje es “una frase u oración”. El grupo social de los arquitectos denomina morfología y sintaxis como forma y función respectivamente. Por último y al mismo tiempo, el alumno, el ser sin luz, debe mirar alrededor y aprender el lenguaje en todo lo que ya está escrito, estudiando las obras que han formado el presente de todo lo que habitamos. La historia es la luz que le permitirá guiarse a través de la ceguera en que se encuentra.

Solamente con esos saberes básicos, que son fundamentales, podremos hacer un uso correcto del lenguaje arquitectónico, posibilitando que haya comunión entre quienes deben ser partícipes del dialogo. La falta de coherencia, claridad y sentido en la comunicación que se da entre partes, ha llevado a que la ciudad se construya como un todo desordenado, ya que la arquitectura suele pensarse como un objeto aislado tridimensional y no como un lenguaje propio de un grupo social, ni siquiera a escala barrial. Véase que la sintaxis y lo morfológico en una misma calle es tan diferente, que el ser humano es incapaz de orientarse adecuadamente para darle un uso apropiado a lo que creen llamar arquitectura.

A menos de que un grupo social entienda el territorio en el que habita y a través de la memoria logre comprender qué hace allí, aguantando la efímera existencia, es que será permitido y hecho realidad, darle sentido al mundo. Del caos, donde todo se confunde con todo, surgirá un nuevo origen, para dotar a la existencia de un sentido que ni la muerte lo pueda arrebatar. Comprendamos la importancia del lenguaje, tratemos de dominarlo en sus justas proporciones y así, nuestro camino será una continua comunión con lo que nos rodea. Volvamos a salvar nuestra lengua, la lengua del arquitecto, para salvar nuestra existencia.

 

Notas

[1] En los estudios sobre etnografía, mitología y religión de que se ocupa Mircea Eliade, el construir es un acto fundacional, cosmogónico, que surge a partir del caos, para dotar de sentido el mundo. Darle forma a la realidad.

[2] Cabe recordar que el pensador español no solo se anticipa a muchas ideas que se desarrollan en el siglo XX, sino que anticipa hechos importantes como salir al espacio y la Segunda Guerra Mundial. El estudio del mundo (las cosas y sus hechos), como muestra José Ortega y Gasset, nos permite vislumbrar las posibilidades y los límites que en él residen. Pensar que el fundamento de las cosas del pasado es obsoleto, es pensar que el mundo se reactualiza continuamente y de la nada.

[3] Occidente, a partir de un análisis de Gilbert Durand, tuvo una crisis al separar idea y forma, pues lo uno contiene lo otro. Así mismo, podríamos decir que lo material ya contiene sus formas de relación; lo que va a formar. Y que las formas de unión o las ideas son previamente un hecho material.

[4] Para adquirir una noción profunda y rica sobre la importancia de la historia, se remite al lector al texto de Leopoldo Torres Balbás sobre La Enseñanza de la historia de la arquitectura.