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Proposiciones/Visiones Pospandémicas No. 5

 

Martin Anzellini Garcia-Reyes

Director del Departamento de Arquitectura, Pontificia Universidad Javeriana

Arquitecto de AGRA_Anzellini Garcia-Reyes Arquitectos
Imágenes: AGRA / Boceto de entrada al artículo: Martin Anzellini

 

El territorio colombiano es de las cosas más ricas y bellas del mundo. Poco a poco, durante los últimos años, los ciudadanos urbanos nos hemos dado cuenta de que además de saharas, machu-picchus, costaricas, himalayas y suizas, tenemos aquí, al pie, paisajes y naturalezas únicos para visitar, para mostrar y –¿por qué no?– para vivir.

El encierro fomentado por el coronavirus nos animó a sacarle el verdadero provecho a las comunicaciones y aceleró nuestra entrada a la era informática. A pesar de la falta que nos hace poder dar la mano, abrazar, bailar o ver a la gente pasar por ahí, admitimos como una alternativa el contacto telemático y aceptamos a la virtualización como una nueva cara de la realidad.

Entendiendo y ciñéndose a sus limitaciones, este artículo va a exponer cómo los instrumentos de la arquitectura, el urbanismo, la construcción, la ingeniería ambiental, la planeación urbana y territorial y el paisajismo tienen la oportunidad de, por fin, encontrar su función protagónica en el diseño de las políticas y de los espacios físicos que han de definir el hábitat futuro del campo colombiano. Es la oportunidad de plantear un ajuste a la relación de las ciudades con el territorio que las circunda, para que, además de ser una despensa de papa y plátano, sea un lugar interesante para estar y para hacer negocios; un lugar de desfogue donde los profesionales del sector de servicios, la pequeña industria y artesanía, el turismo y, por supuesto, la agricultura y la agroindustria, podrán albergarse y funcionar.

El desplazamiento hacia el campo está siendo posible. Vivir rodeado de verde y levantarse con el sonido de los pájaros va a dejar de ser un sueño bucólico o el slogan de una valla publicitaria y va a convertirse en una alternativa más cómoda, funcional, económica y sostenible para las personas y las ciudades. Por supuesto, este patrón plantea unos retos interesantes para la arquitectura y el planeamiento urbano que, con sus herramientas, deberán convertirse en las disciplinas centrales para el establecimiento de los modelos de ocupación del territorio. Un territorio que actualmente es natural o agrícola y deberá seguir siéndolo.

La potencia, eficiencia y capacidad de adaptación de las ciudades son evidentes y despejan inmediatamente las dudas a la interrogante sobre si el modelo de ciudad central vaya y deba cambiar; por supuesto que no. Los conglomerados urbanos seguirán ofreciendo la mayoría de los empleos, albergando a las instituciones y eventos y continuarán presentándose como ese escenario para el encuentro que tanto nos gusta a las personas. No obstante, el crecimiento poblacional, la disminución de tamaño de los hogares, la migración internacional y el aumento de la demanda de servicios sociales, hacen que el requerimiento de espacios construidos siga aumentando. Esto llevará a que –a pesar de los valiosos esfuerzos de los gobiernos por habilitar suelo y fomentar el desarrollo y la renovación en sus ciudades– la presión de la informalidad, la piratería y los desarrollos formales sobre el territorio agrícola se incrementen.

Se presenta un escenario propicio para la migración al campo. Hay que modelar (financieramente), planear (normativamente) y proyectar (técnicamente) esta migración de manera científica, sumando intereses y con un ojo sensible y realista por las especificidades de cada lugar. Será necesario diseñar territorios que por su contraste y cercanía (logística e identitaria) enaltezcan a las ciudades que los aglomeran. Estas ciudades densas, compactas, abiertas y proveedoras de servicios públicos, reitero, sin ninguna duda deberán seguir siendo el centro de todo.

La belleza de las arquitecturas rurales colombianas. Fotos: AGRA.

 

Para esta migración al campo, el primer reto es la conservación de las estructuras ecológicas y los paisajes, así como la preservación de las dinámicas sociales que tradicionalmente han moldeado el territorio. En lo referente a las estructuras ecológicas, es esencial que las entidades territoriales (municipios, gobernaciones y corporaciones autónomas) continúen anímicamente con los ejercicios de delimitación de los suelos que tienen valor ambiental actualmente. En necesario también que se definan aquellos suelos que han de ser restaurados para cumplir funciones ecosistémicas y de espacio para el disfrute público. Así mismo, es esencial que se fortalezcan las herramientas de gobernanza local para garantizar que estos suelos sean protegidos, desarrollados (con restauración ambiental) y gestionados con el fin de garantizar su sostenimiento económico con incentivos tributarios y alternativas de negocio como la producción de oxígeno, madera o agua, la investigación científica o el ecoturismo.

En lo relativo al paisaje, es esencial que se lleven a cabo reconocimientos y representaciones de los valores existentes en cada territorio. Estos valores han de convertirse en inspiración para proyectos paisajísticos para cada ecosistema, cada cuenca, cada municipio y cada subregión y región, que resalten las especificidades de la arquitectura, la agricultura y la naturaleza de cada lugar. Es esencial que esos proyectos paisajísticos se lleven a los planes de ordenamiento y se reglamenten los mecanismos para llevar a cabo un control estricto de su cumplimiento en términos de preservación, desarrollo y manejo. Estos proyectos no deben tenerle miedo a la reglamentación de elementos concretos como la definición de escalas cromáticas para las construcciones, la obligatoriedad de uso de ciertas técnicas y materiales de construcción (como la tierra, la cerámica, la guadua, la madera, los zócalos de piedra o los pañetes blancos) o de formas arquitectónicas (como las cubiertas inclinadas o los muros de contención curvos). Así como la limitación a la siembra de ciertas especies de árboles, arbustos y plantas o la reglamentación de invernaderos o vallas publicitarias, entre muchas otras expresiones específicas que han de nacer de estudios y definiciones concienzudas y sensibles de cada lugar.

Otro desafío es la generación de infraestructuras de transporte público regional eficientes y el desarrollo masivo de infraestructuras sociales de primera calidad en todo el territorio. En lo que concierne al transporte público masivo, el desarrollo de infraestructura en el país debe volver a buscar que la conexión interregional (Bogotá con Villavicencio, el Magdalena y Tunja; el Pacífico con Cali; Pereira con Armenia y Manizales o las ciudades del Caribe) se lleve a cabo por medio de vías férreas. Estas vías les permitirán a las personas llegar rápidamente a los centros de las ciudades, en horarios seguros y trenes agradables para trabajar en el camino o mirar el paisaje. Desde estas estaciones ferroviarias –nuevas o rehabilitadas– se desprenderá un transporte intermunicipal que llegará –con buses eléctricos, motos, bicicletas y sobre vías bien pavimentadas– a los municipios pequeños, los corregimientos y veredas.

Paralelo a esto, esta nueva ruralidad inminente, nos permitirá saldar una deuda histórica que el país tiene con el campo: la provisión de infraestructuras sociales. Es y será necesaria la construcción de muelles, embarcaderos, puentes, mercados, paraderos, terminales, corrales, plazas, la habilitación de playas y balnearios, construcción de polideportivos, piscinas, centros de desarrollo infantil, hogares para adultos mayores, centros de salud, salones comunitarios, centros culturales, parques infantiles, así como la habilitación de redes de servicios públicos, de internet y demás infraestructuras necesarias para el buen desarrollo del potencial humano de los ciudadanos del campo. Estas infraestructuras deberán localizarse en todos los rincones del territorio, responder a la escala y a los requerimientos específicos de cada comunidad y, muy importante, deberán tener buen diseño arquitectónico, una óptima calidad constructiva y contar con excelentes dotaciones.

Por último, para el desarrollo de “esos nuevos campos”, es necesario que las nuevas obras se sirvan de las técnicas, tipologías y relaciones funcionales de nuestras arquitecturas locales rurales. Desde las academias y el ejercicio del oficio, debemos investigar y tomar los valores de la riquísima variedad de arquitecturas vernáculas que tiene Colombia para el desarrollo de los nuevos hábitats rurales. Las viviendas dispersas, los centros poblados y nuevas aldeas y las infraestructuras públicas deben diseñarse tomando los saberes que están a disposición en el ambiente construido. El desarrollo de nuevas arquitecturas con valores vernáculos, complementados con conocimientos disciplinares y soluciones industrializadas, traerá una serie de beneficios para el hábitat rural: 1. La armonización estética en el paisaje de las nuevas construcciones en relación a las existentes, 2. El ahorro de recursos de transporte y energía por el uso de materiales e insumos locales, 3. El fortalecimiento de las redes y los mercados locales existentes y de pequeña y mediana escala, 4. El empleo de mano de obra local, 5. La preservación e innovación en las técnicas y soluciones espaciales de las construcciones autóctonas, 6. La aparición de arquitecturas específicas y heterogéneas que se ciñan a las características de la geografía y la cultura que las reciba y 7. Un desarrollo progresivo que se adapte a las necesidades y las capacidades de los habitantes y comunidades.

Mosaico de nuevos proyectos vernáculos de AGRA. 

 

El retorno de las personas que se fueron y la llegada masiva de nuevos habitantes al campo es un escenario probable y deseable que generará presiones sobre los territorios y comunidades rurales. Si esta dinámica se proyecta y ejecuta adecuadamente, representa una oportunidad sin precedentes para que Colombia atienda algunos de sus errores más arraigados: la improductividad de la tierra, la pobreza generalizada de los campesinos y la segregación de su territorio.

A los colombianos nos ha sido difícil imaginarnos a nosotros mismos siendo capaces de construir dinamarcas en cundinamarcas. Sin embargo, las crisis aceleran los fenómenos y este país cuenta con los recursos humanos y naturales para desarrollar su suelo campesino: reaccionar y proyectar oportunamente las nuevas ruralidades representa una oportunidad valiosísima para Colombia. La creación de belleza, la generación de equidad y de riqueza y la protección del medio ambiente deben ser los focos.

 

“Se puede hacer arquitectura con valores locales”